Por Jorge Lanata
Desde Los Angeles -
14/09/13
La Primera Guerra Mundial comenzó con el asesinato del archiduque
Francisco Fernando de Austria, heredero del trono austro húngaro, a
manos del nacionalista serbobosnio Gavrilo Princip. La Segunda Guerra
Mundial comenzó el primero de septiembre de 1939 con la invasión alemana a Polonia,
el primer paso bélico de Hitler para fundar un imperio en Europa. La
Tercera Guerra Mundial corre el riesgo de comenzar por error: la
decisión de Obama de discutir en el Congreso un ataque a Siria –mucho
más democrática que la de Bush, por cierto– está transformando la crisis
con Damasco en una guerra “charlada”.
La pre-guerra con
Siria sucede en la televisión: académicos de corbata de seda, políticos
de sonrisa perfecta, analistas de todo tipo opinan sobre la conveniencia
de librarla. Aquí no hay odio, sino miedo y crueldad televisada. Abajo
del televisor, en la diagonal de la escena, hay un país que aún no sale
de la crisis económica y se resiste a apoyar la guerra.
“Si
entramos al conflicto de Siria es para manipular a la gente, para
darles miedo, para demostrar poder. Obama llevó el tema al Congreso para
demostrar que está haciendo un buen trabajo”, le dice a Clarín Alan, de 29 años, un vecino de clase media de Bakersfield.
“Obama
quiere su propia guerra, es por esa razón que considera ingresar en el
conflicto”, opina Salvador, un vendedor de clase baja de 28 años.
“En caso de que Siria haya utilizado armas químicas, Estados Unidos no debe sentir la obligación de funcionar como pacificador ”, agrega una chica de 22, clase media de West Hollywood.
CNN bombardea imágenes de guerra química, aunque las encuestas no remontan: la última publicada por el Washington Post y la cadena ABC señala que el 59% de los ciudadanos está en contra de la idea del ataque y que sólo un 29% lo apoya;
quienes se oponen lo hacen convencidos de que serán peores las
consecuencias (un 74%), que habrá enredos en otra guerra (un 61%) y que
no logrará sus objetivos (un 51%).
“No me gusta la idea de un
ataque armado, no sé dónde está Siria ni por qué quieren lanzar bombas,
pero en la guerra todo el mundo pierde, no hay guerras humanitarias”,
dice una vendedora más preocupada por lograr su cuota del día que por
los asesinatos de Al-Assad.
La guerra electrónica del Premio Nobel
de la Paz bien puede resumirse en dos párrafos. El primero es del
discurso de Obama en New Hampshire, ícono de su campaña electoral: “Y
cuando sea presidente de los Estados Unidos acabaremos la guerra en Irak,
traeremos las tropas a casa, acabaremos el trabajo contra Al Qaeda en
Afganistán, cuidaremos a nuestros veteranos de guerra, repararemos
nuestra imagen en el mundo, y no utilizaremos el 9-11 para lograr votos a
través del miedo”.
El segundo es otro discurso más reciente, el
del martes pasado: “Franklin Roosevelt dijo una vez: ‘Nuestra
determinación como nación de mantenernos fuera de las guerras y de los
enredos en el extranjero no nos puede impedir sentir una profunda
preocupación cuando se desafían los ideales y los principios que valoramos
’. Nuestros ideales están en juego en Siria. Estados Unidos no es el
policía del mundo, pero con un esfuerzo modesto y mínimo riesgo podemos
evitar que los niños mueran envenenados con gases tóxicos y, por
consiguiente, hacer que nuestros hijos estén más seguros a largo plazo.
Creo que debemos actuar”.
El interés “humanitario” de Estados
Unidos en territorio ajeno ha sido puesto en cuestionamiento, entre
otros, por la actual embajadora de Obama en la ONU, Samantha Power,
cuando era profesora en Harvard. En “Un problema infernal: América en la era del genocidio”,
Power sostiene que su país nunca ha actuado en política exterior por
problemas humanitarios sino por intereses propios, y recuerda una frase
del presidente Bush cuando empezó la guerra de Bosnia: “Estados Unidos
no tiene ningún perro en esa pelea”. Recuerda Guillermo Altares en El País que “tras años de horrores en la ex Yugoslavia, una salvajada excepcional – Srebrenica, el mayor crimen de guerra cometido en Europa desde el stalinismo–
desencadenó una acción militar en Occidente. Cuatro años después,
Milosevic desencadenó una oleada de limpieza étnica en Kosovo y
finalmente la administración Clinton decidió que los peligros de no
actuar eran inferiores a los de hacerlo”.
Sólo un 16% de los
norteamericanos cree “seguro” que el régimen de Assad haya usado gas
venenoso contra la población civil, y un 67% sólo lo considera
“probable”; están menos seguros hoy de que Siria haya usado armamento
químico de lo que estaban sobre la posibilidad de una mentira completa: que Saddam Hussein escondiese armas de destrucción masiva en 2003.
En esta guerra charlada las teorías conspirativas florecen: Dale Gavlak, corresponsal de Associated Press,
sostiene que según entrevistas realizadas con residentes y rebeldes en
el barrio de Ghouta y en otras zonas de Damasco, las armas químicas que
explotaron el 21 de agosto estaban en manos de los rebeldes y procedían de Arabia Saudita.
Las
manchas de sangre en el tablero de ajedrez no son nuevas: el conflicto
de Siria comenzó dos años y medio atrás, produjo la muerte de más de 110
mil personas, dos millones de refugiados y cuatro millones y medio de
desplazados internos.
Mientras la guerra se debate en sets con
aire acondicionado y teóricos de camisa blanca y corbata celeste, los
rebeldes de Jobar suben un video a Internet en el que habla un médico de
la localidad: “En el nombre de Alá, esta es una declaración del Jobar
Medical Point con respecto a los hechos que ocurrieron hoy al alba (…)
La catástrofe es de grandes proporciones.
La escala de fallecidos es masiva.
Hemos agotado nuestro suministro de atropina e hidrocortisona en Jobar.
El número de heridos y muertos entre niños y civiles es enorme. Yo
mismo … (sic) por mis manos pasaron 50 niños muertos (…) Otro de los
grandes errores vino de las estrategias de los ciudadanos ante la falta
de conocimientos para responder a ese ataque. Los efectos de gas sólo
habrían durado media hora, pero lamentablemente mucha gente bajó a los
sótanos; el gas es pesado y por lo tanto bajó a los pisos inferiores, lo
que incrementó la cifra de heridos y muertos (…) No puedo hablar más.
Puedes filmar a tu alrededor lo que veas sobre el atardecer, pueden ir y
grabar a algunos de los mártires que yacen en otras partes. Que Alá te
recompense”.
“¿Por qué hay silencio?”, se pregunta uno de los refugiados. “¿Es porque somos musulmanes?
¿Es nuestra sangre más barata que la suya?
” Investigación: María Eugenia Duffard / Amelia Cole / Mavi Bourdieu
@
http://www.clarin.com/opinion/paloma-halcon-Obama-Siria_0_992900763.html
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