27 de junio, 2014
Los juntaron en el Obelisco, los arriaron por avenida Santa Fe hasta
la embajada yanqui, en el camino pintaron “Fuera Buitres” en bancos
españoles y chinos mientras gritaban que “la Patria no se negocia”. Y
todo mientras Cristina se hacía la deudora enojada y avisaba que
negociaría.
Los usaron en cada discurso en los que había que justificar algo, los
arrastraron desde sus casillas en micros que no pasarían una
verificación técnica ni en Afganistán, sólo para llenar huecos en plazas
en las que les hablaban de cosas que no los afectan, se sacaron fotos
con ellos durante las campañas, les dijeron que todo lo hacían por ellos
y hasta los pusieron de escudo cuando se les preguntó si el “todo”
incluía llevarse hasta los bidones vacíos de los dispensadores de agua.
Obviamente, algo había que hacer. La mayor fábrica de marginales de
los últimos tiempos debía rendir homenaje a su legado para el futuro y
decidió encarar el proyecto de ley para que el 7 de octubre de cada año
se conmemore el Día de los Valores Villeros, por ser la fecha de
nacimiento de Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe. El Padre Mugica,
para los gomías.
Generalmente, los momentos de mayor distracción popular se utilizan
para sacar leyes impopulares, tratar de modo expreso cuestiones
molestas, o no hacer nada. Con el Mundial en desarrollo, Campagnoli en
juicio, Boudou de paseo por tribunales y Kicillof mostrando su único
saco tres veces por día, el Congreso aprovechó para tratar algo que
podría cambiar el curso de la historia: sumar una fecha temática al
calendario escolar.
Según
el proyecto del oficialismo encarado por Andrés Larroque y Juan
Cabandié, los valores que detentan el grupo de subciudadanos que goza de
la mitad de los derechos y garantías constitucionales son “solidaridad,
optimismo, generosidad, esperanza, humildad y valor por lo colectivo”.
Básicamente, los analfabestias encargados de crear las leyes que nos
rigen, presentaron una idea salida de un trabajo práctico de tercer
grado para elegir el lema de un viaje misional.
No deja de ser una mera expresión de deseo y una ratificación hacia
la discriminación abierta que implica el hecho de reconocer a la
marginalidad como cultura. No los integramos, no los reconocemos como
parte de la comunidad organizada, los relegamos a una realidad que nadie
se calienta en cambiar, pero les reconocemos que tienen sus valores.
Deseo y cinismo puro: nadie que viva privado de agua potable, cloacas,
paredes y techos de verdad, o un empleo que alcance para sacarlos de la
mierda de vidas que tienen, se lo puede considerar un tipo con
optimismo, esperanza y humildad.
A personas que tienen más hambre que dientes, cuyos sueños consisten
en que los hijos lleguen vivos a los 18 años, y donde la vida es eso que
pasa mientras intentan sobrevivir en una jungla de cartón, chapa y
tierra, no se las puede considerar “humildes” en el sentido de rasgo de
la personalidad. No tienen la posibilidad de ser humildes porque no
tienen nada de que presumir. No son humildes, son pobres.
Por definición, el optimismo forma parte de la esperanza, y ésta
tampoco es un valor para infundir a quien se le desea una mejor vida. Y
lo digo como católico apostólico romano formado por jesuitas y
lasallanos. Si me hablaran de la esperanza en términos mitológicos
greco-romanos, vaya y pase. Pero al querer homenajear la figura del
Padre Mugica con la creación de los Días de los Valores Villeros, el
término “esperanza” como es entendido por el cristianismo es una falta
de respeto total hacia la condición humana de quien vive en una villa,
dado que, como decía Tomás de Aquino, la esperanza es la virtud que
capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la
vida eterna. O sea, acá no te dimos otra cosa que militancia y un Día de
los Valores Villeros, pero mantené viva la esperanza de que alguna vez
te llegará. Una especie de contraprestación sádica en la cual el pobre
le da al César lo que es del César pagando el mismo IVA que abona un
ABC1, pero el que le devolverá los impuestos en obras y calidad de vida,
será Dios.
En
la búsqueda por darles algo de crédito, podría llegar al extremo de
suponer que, como no los ven desesperados, piensan que los marginales
están esperanzados. Pero la teoría se cae al toque: no están
desesperados porque nada esperan, lo cual tampoco creo que sea una
virtud.
Entiendo el delirio pobrerista del kirchnerismo amparado en que es la
única forma que encontraron para deglutir el sapo de bancarse al
opositor Bergoglio devenido en el admirado Papa Francisco de Cristina,
pero habría que aflojar un poco. No hay nada maravilloso en ser pobre y
el mensaje católico de ser feliz con lo que se tiene no camina mucho en
una sociedad en la que se necesita tener un mínimo de dinero para
sobrevivir.
Tampoco hay nada romántico en la miseria y la marginalidad. Mucho
menos hay heroísmo en “hacer militancia en barrios carenciados” si se lo
utiliza como un accesorio más, como una pulsera o una pechera azul. Y
si al asunto le agregamos que los mismos militantes barriales forman
parte del entramado de poder que rige los destinos de la Patria desde
2003, no queda otra que putearlos por cínicos o someterlos a una
curatela por infradotados.
Cualquier sentimiento de amor o rechazo se realiza sobre cosas que se
conocen y, por ende, se las desea o se les teme. Lo que se desea, se
busca; lo que se teme, se lo repele o combate. Nadie en su sano juicio
puede amar en serio a la pobreza, porque eso significaría aceptar la
posibilidad de alguna vez ser pobre, algo que genera temor en algún
momento de la vida del 100% de los seres humanos que no nacieron en
condiciones de indigencia. Y una persona con los patitos en fila no
puede amar lo que teme, a pesar de 35 siglos de religiones monoteístas
en las que nos enseñaron que Dios nos ama aunque nos castigue con un
diluvio universal, siete plagas y una amenaza apocalíptica que incluye a
cuatro jinetes.
A
veces pienso que el gobierno y la Iglesia chocaron mil veces por
cuestiones de competencia dogmática. El cristinismo -o kirchnerismo
ultratardío- se asemeja bastante a una religión en la que el que murió
por nuestros pecados fue Néstor. La diferencia es que, en este caso, el
acopiador de propiedades no resultó ser hijo de Dios, sino el marido:
Cristina es la que nos cuida y se preocupa por nosotros y, si bien
sabemos que es la administradora de la Creación, no podemos cuestionarla
porque obra de formas tan misteriosas que en una misma tarde puede
pasar del pagadiós antiimperialista al paguemos con quilombo.
Cualquier inconveniente que surja no será por nuestra culpa, pero
pretenden que actuemos como si lo fuera, ya que cargamos en nuestras
espaldas con los pecados cometidos por otros, aunque -al igual que en el
cristianismo- sólo seamos culpables de haber nacido acá. En base a todo
esto, la adoración a Cristina es obligatoria para obtener la salvación
porque nos ama. Unos cuantos se han salvado de lo lindo gracias a la
leyenda del fantasma de la Rosada (un mito urbano que cuenta que si
pasás cerca del despacho de Cristina, vestís traje, tenés menos de 40 y
todos los dientes, salís forrado en guita por arte de magia). Otros, en
cambio, les toca la salvación en la otra vida, porque Cristina no lo
puede todo y deben conformarse con que los ame tanto como para
mantenerlos así, en la pobreza.
“Hay cosas que no pueden ser escondidas durante largo tiempo, como la
ciencia, la riqueza, la pobreza y la estupidez”, afirmaba Averroes, un
filósofo cuyo verdadero nombre es impronunciable y que fue censurado por
“incompatibilidad con conceptos católicos”. Nacido en la España
musulmana, el tipo curtió la noética aristotélica y, si bien tenía sus
discrepancias, defendió a muerte el carácter político de la religión. A
pesar de ser islamita, el catolicismo se preocupó por censurarlo, dado
que no sólo afirmó que la religión es una doctrina destinada al gobierno
de las masas incapaces de darse una ley mediante la razón, sino que
además sostuvo que todas las religiones monoteístas tienen el mismo
fondo y uno elige la que más le conviene en las formas.
Quizá sea producto de una inmigración mayoritariamente analfabeta
procedente de países en los que se gobernaba con la Biblia bajo el
brazo, pero el argentino -incluso los que no pisan una iglesia ni cuando
salen de padrinos- ve a la política del mismo modo que el fanático
religioso concibe sus creencias. Nada se cuestiona, todo es dogma de Fe,
cualquier atisbo de disidencia será condenada con la excomunión y una
postura contraria proveniente del afuera sera motivo de una cruzada.
Si le damos la derecha al buenazo de Averroes respecto de la
religión, nosotros no elegimos políticos de acuerdo al futuro en
comunidad, sino en base a quien nos prometa la salvación más inmediata
con el menor dejo de culpa posible. Lo que otras ramas sociales definen
como “ley de ganancia inmediata”, muchos lo elevan a mandamiento
religioso y ya no buscan liderazgos para la comunidad organizada, sino
un pastor que proteja al rebaño del Señor. Si a este guiso le sumamos la
creencia de que la pobreza es admirable y la culpa por el pecado de
querer vivir bien con el dinero de nuestro esfuerzo, el combo es
insalvable.
Los
dogmas no se cuestionan, se aceptan sin analizarlos. Por ello es normal
ver a militantes oficialistas de paseo por los pasillos de las villas
“para dar una mano con la injusticia social” sin percatarse de que son
gobierno, ni mucho menos de que cada vez es más largo el pasillo y más
altas las casillas.
Al Padre Mugica no le preocupaban los valores villeros, le interesaba
acabar con la marginalidad. Por ello aceptó trabajar con el Ministerio
de Acción Social -sí, el de José López Rega- para avanzar en la
construcción de más barrios como el Ciudadela I y II, luego rebautizado
Ejército de los Andes y comunmente llamado Fuerte Apache. Evidentemente,
la villa le dolía lo suficiente como para no ponerse a analizar la
antropología social de sus habitantes como quien mira una colonia de
hormigas en una pecera, sino que se calentaba por cambiar sus vidas que,
evidentemente, eran tan de mierda como para merecer un cambio.
La sola idea de establecer un día al año para que en los colegios se
infundan los valores villeros bajo la premisa de integración, es
insultante. Eso no es integración, es resignación de que nada va a
cambiar porque se legaliza el estatus de villero como un estrato social a
aceptar, y no a cambiar.
Si quieren homenajear al Padre Mugica, que devuelvan los millones,
que donen sus salarios y que se banquen usar el saco prestado de otro
tipo, como Kicillof. Si tan sólo hubieran dedicado el 10% de la energía y
recursos destinados para tapar con propaganda lo que todos ven de todos
modos, la situación sería distinta. Incluso es difícil de dimensionar
cuánto se podría haber hecho para la erradicación de las villas con los
5.4 mil millones de pesos que llevan gastados en Fútbol para Todos, más
si se tiene en cuenta que los silenciados del Indec afirman que en el
país hay 8.250.000 pobres.
El rescate de la solidaridad, el respeto, la esperanza y el valor por
lo colectivo no es algo privativo de las casi 900 villas existentes
entre Capital Federal y su conurbano. Es el valor deseable para una
comunidad en general y el Estado nunca lo reconocerá. Solidaridad y
trabajo en equipo desinteresado se ve en cada colecta que se organiza
para una ciudad arrasada por el agua, como ocurrió en Pergamino, en
Santa Fe o en La Plata, donde a pesar del intento de privatización de la
solidaridad intentado por los delirantes de La Cámpora, no se pudo
evitar que la gente se acercara de todos lados a llevar lo que le
sobraba y lo que no, como tampoco pudieron evitar que un montón de
anónimos abrieran las puertas de sus casas para dar alojamiento y comida
a desconocidos que perdieron hasta la dignidad.
Por defecto y en la generalidad, el pueblo argentino es solidario y
anónimo cada vez que el Estado se mandó un moco por omisión, acción o
incapacidad de reacción frente a la catástrofe que podría o no haberse
evitado.
Que sea el mismo Estado el que quiera homenajear a personas que
sobreviven gracias a la changa y/o la limosna del Estado financiada por
los bolsillos de todos -menos de los funcionarios- es un poco mucho.
Viernes. Los pobres no son héroes, son las víctimas de un Estado tan, pero tan grande que le cuesta agacharse para levantarlos.
Publicado por
relatodelpresente
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http://es.wikipedia.org/wiki/Averroes
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