Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Odio al Fondo Monetario.
Lo detesto. Nos hizo poner de rodillas, nos humilló. Qué claro lo tenía
Néstor: a estos tipos había que pagarles y mantenerlos lejos. Pero nos
quedamos sin un mango, tuvimos que volver a ellos y ahora, sometidos,
ultrajados, rebajados a la categoría de "argentinos, mañana traigan
escrito 100 veces no debo portarme mal", acaban de obligarnos a
pronunciar esa palabreja fatal: inflación.
Hasta estoy enojado con los cielos. Si Dios fuera tan
bueno como dicen, debería habernos evitado esto. Nosotros habíamos
cambiado la historia, le habíamos robado un final distinto a la
película: el Sur le ganaba al Norte, el pobre al rico. Fuimos por el
mundo proclamando nuestro triunfo sobre el capital. Por fin un país
alejado, terminal, se animaba y le decía no al ajuste salvaje. Por fin
alguien pateaba el tablero y gritaba a los cuatro vientos su
independencia económica, su dignidad de nación libre y soberana.
¡Qué tiempos aquéllos! La Argentina post FMI era una
fiesta. Fuimos el ejemplo, el modelo. Nos aclamaban Evo, Correa y
Chávez. Especialmente Chávez, que pasó a financiarnos a tasas usureras
mucho peores que las del Fondo. Nos abrían las puertas en los foros de
los renegados. Nos cantaban los trovadores cubanos. Nos bendecía la
izquierda planetaria.
¡Qué tiempos! Liberados de ese yugo, empezamos a vivir
con lo nuestro. Nos fumamos los fondos de los jubilados y 25.000
millones de dólares de las reservas. El dinero de los argentinos puesto
al servicio de los argentinos. Nada de tener que rendir cuentas. Cuando
uno es supervisado por el Fondo, burócratas desalmados vienen a
auscultarte, meten sus narices, preguntan, cuestionan y te dicen lo que
tenés que hacer. Las puertas del infierno. Con el Fondo dentro de tu
casa no podés dibujar el presupuesto ni truchar estadísticas. Un horror.
Ellos mienten y viven dando pronósticos equivocados, pero te cortan los
dedos si hacés lo mismo. ¿De qué se las dan, si tenían un jefe que
perseguía mucamas por los pasillos de los hoteles?
Por eso, a la indignidad del FMI le respondimos con la
dignidad de Boudou; a las recetas de ajuste les opusimos la expansión de
Lázaro Báez, Cristóbal López y tantos otros; a sus ignorantes
economistas, la sabiduría de Lorenzino; a su contabilidad obsesiva, la
frescura desprejuiciada de Felisa Miceli y los sobres con plata
olvidados en el baño de su despacho; al ahorro, consumo; al Consenso de
Washington, el de Olivos; a la altivez de su actual jefa, Lagarde, la
humildad de Cristina.
Gloriosa rebeldía. Cruzado el Rubicón, lo demás se fue
dando por añadidura: pito catalán al Club de París, al Ciadi y a las
normas internacionales de comercio; cerramos las fronteras y dejamos de
ir al Norte para abrir nuevos horizontes en mercados prósperos y
excitantes como Angola y Vietnam.
En esa Argentina pletórica de argentinidad, en ese país
maradoniano, crecieron y se consolidaron el sueño revolucionario de los
chicos de La Cámpora, el odio justiciero de D'Elía y Hebe, el asco
creativo de Fito, la cultura del seissieteochoísmo . De esa
Argentina apóstata surgieron Moreno y sus fieles vasallos Itzcovich y
Edwin, que arrojaron a las tinieblas a una tal Bevacqua por no entender
que las estadísticas no se fraguan en las góndolas, sino en el
Ministerio del Relato.
Finalmente, ése es el país que prohijó a Kicillof.
Setentoso capilar e ideológico, criticón -al principio- del falseamiento
de las cifras del Indec, de la noche a la mañana pasó de adoctrinar
jovencitos en las aulas a ser un experto en el mercado aerocomercial y
en el energético. Pasó de escribir papers que leían tres amigos
zurditos a darle cátedra a una Presidenta. Me llena de admiración. Se
lo he dicho: "Patilla, sos el gran milagro argentino". Orgulloso y
satisfecho, él sonríe.
Él sonreía, en realidad. Porque la historia le tenía
preparada una jugada cruel. Tantos años de revolucionario de café, tan
fulgurante carrera ejecutiva en la Aerolíneas Argentina que pierde dos
millones de dólares por día y en la YPF que terminó en manos de un tipo
que lo desprecia, y ahora, de repente, dos estocadas que hieren de
muerte su ego. La más leve es que la señora lo haya degradado al hacerlo
ministro de los Precios. La más grave, haber tenido que ponerle su cara
al acuerdo con el FMI. Su cara y un número: 3,7%, la inflación de
enero.
Axel no se merecía esto. Cristina tampoco. La Argentina
machaza con la que habíamos soñado no puede terminar así. Ya sé que si
no entran dólares esto se pudre, y que no podemos volver a los mercados
sin arreglar con el Fondo. Lo sé todo, pero, ¿hacía falta obligarnos a
reconocer que tenemos una de las inflaciones más altas del mundo? ¿Hacía
falta someter a Axel al escarnio del anuncio de anteayer, en el que
remó sobre dulce de leche para explicar cómo los precios se habían
"corrido"?
Por suerte, creo que encontramos el camino. Después de
controlar los precios con militantes y sindicalistas, ahora sumamos a
Quebracho. Encapuchados y garrotes contra los especuladores. A la
violencia de los aumentos, la justicia de los palos.
Apuros financieros, fuga de divisas, corrida cambiaria,
el país hocicando ante el FMI, inflación desatada, Quebracho. Qué
desastre, mi miopía a veces no me deja ver las delicias de la década
ganada. Necesito ya mismo otro discurso por cadena nacional.
@
http://www.lanacion.com.ar/1664355-sniff-otra-vez-ultrajados-por-el-fmi
http://www.lanacion.com.ar/autor/carlos-m-reymundo-roberts-86
http://lucascarrasco.blogspot.com.ar/2014/02/argentina-la-inflacion-mas-alta-del.html
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