Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Voy a ser sincero: estoy harto de esta nueva onda del Gobierno de blanquear todo, de admitir todo, de confesar nuestros pecados como quinceañeras arrepentidas.
Lo de la inflación, vaya y pase, porque la cosa no daba
para más (igual, eso de multiplicar por cuatro el índice que veníamos
dando desde hace años me pareció un exceso; yo hubiese ido de a poco,
para disimular que fuimos tan truchos). También puede entenderse que
hayamos sincerado que vamos a subir las tarifas de los servicios
públicos: todo el mundo sabe que no tenemos un mango, que ya hicimos sangrar todas las cajas.
No está mal, tampoco, decir de una buena vez que a
Repsol no sólo no le vamos a cobrar una indemnización por daños
ecológicos, como habíamos amenazado cuando le afanamos YPF, sino que
estamos dispuestos a pagarle 5000 millones de dólares; somos unos vivos
bárbaros, pero nos fuimos de mambo al pensar que nos íbamos a fumar en
pipa a un catalán. Poniendo estaba la gansa , dice ahora Brufau mientras le pega en la cabeza a un Kicillof arrodillado a sus pies.
Digamos que hasta ahí la cosa era más o menos
razonable. Pero después, no sé si aprovechando que nuestra empresaria
hotelera se fue a descansar a alguna de sus propiedades en el Sur
(siempre pensé que las verdaderas revoluciones las hacen los ricos),
sobrevino esta ola ridícula de blanquear todo.
Rossi fue el primero:
dijo que el país ya es productor y distribuidor de drogas, y menos mal
que le apagaron el micrófono cuando estaba por decir que somos un
narco-Estado.
Berni, que la policía no tiene cómo luchar contra el
narcotráfico; nada que la cana y los narcos no supieran, pero son esas
cosas que los votantes, perdón, la gente, no debe enterarse.
Y la
Cancillería reconoció -lo contó Martín Dinatale esta semana en una nota-
que fracasó el acuerdo con Irán por la AMIA y que ahora estamos
tratando de recomponer relaciones con Israel; otra vez: si bien nadie va
a sorprenderse con un fracaso de Héctor Timerman (en la Cancillería,
venenosos, lo llaman "el invicto"), tampoco es cuestión de ventilar que
estamos haciendo zapping entre musulmanes y judíos.
¿Paró ahí la cosa? ¡No! La marea del sinceramiento -que
significa: soy sincero, ya no miento- siguió llevándose todo puesto.
Que el PBI de este año va a ser menor que el calculado por los chicos de
La Cámpora que trabajan en Economía. Que en realidad todavía no se
alcanzó el acuerdo para rebajar el precio de los remedios que anunció
Capitanich ("El que no tiene remedio es Capitanich", se burla Kicillof).
Que las naftas van a subir todos los meses. Que no conseguimos que baje
la carne...
¡Basta! Estoy temblando. Mirá si, llevados por esta
estúpida moda de apartarse del discurso, empiezan a sincerarse Víctor
Hugo, Barone, los de Carta Abierta, o si Verbitsky decide que es hora de
volver al periodismo de investigación. Mirá si Madres y Abuelas cuentan
la verdad de su sumisión a nuestra causa. Mirá si Echegaray blanquea
quiénes fueron los que blanquearon guita con el blanqueo.
O si se
desboca Boudou (no lo creo, porque suele bromear con que de tanto
repetir cosas dictadas ya le cuesta largarse a hablar solo). O si Moreno
sale de su catacumba romana y revela la fórmula mágica que aplicaba
para medir la inflación. O si Lázaro Báez, Dios no lo permita, un día se
planta y dice: "Vengan, les voy a mostrar qué hay detrás de la cava de
mi casa de Río Gallegos, y les voy a hablar de mis negocios con los
Kirchner".
Es un escenario de terror. Tengo pesadillas en las que
Oyarbide explica las cosas que tuvo que hacer para salvar a Néstor y a
Cristina en la causa por enriquecimiento ilícito; Jaime le muestra al
mundo sus propiedades, aviones y yates; los relatores del Fútbol para
Todos, los mensajes que les obligan a leer durante los partidos; De Vido
nos habla de las licitaciones y del reparto multimillonario de
subsidios; Scoccimarro, del rating de los discursos por cadena; Milani,
de cómo construyó su fama de buen represor, y también de cómo construyó
su maravillosa casa de La Horqueta; la SIDE, de la vasta red de
espionaje sobre opositores, empresarios y medios independientes;
diputados y senadores, de cómo se aprueban las leyes a libro cerrado y
bolsillo abierto; gobernadores, intendentes, artistas, periodistas,
deportistas, dirigentes sindicales, en fin, todo un coro de gente
nuestra lanzada a una demencial carrera para ver quién cuenta más
verdades.
Diez años de cadenas nacionales, de magia, ingenio y
creatividad no pueden ser tirados por la borda. Me aterra el fantasma de
que hordas de personas que dicen que ya no soportan el peso de la culpa
reducen a escombros el edificio del relato. Alguien tiene que parar
esta locura. Estamos tan trastornados que D'Elía, probablemente uno de
nuestros más lúcidos intelectuales, un predicador de la paz, esta
semana, dando rienda suelta a instintos que no le conocíamos, pidió que
fusilen a un dirigente opositor venezolano por protestar en la calle.
Insisto, hay que parar esto. Que intervenga ya mismo
Zannini. O Máximo. En realidad, mejor que intervenga Cristina, una luz
en las penumbras de nuestra necedad. Con ella no corremos riesgos. Nunca
se permitiría el desliz de decir la verdad.
@
http://www.lanacion.com.ar/1666340-basta-con-esta-locura-de-sincerarnos
http://www.lanacion.com.ar/autor/carlos-m-reymundo-roberts-86
No hay comentarios:
Publicar un comentario