Martes, 15 de julio, 2014
Podía fallar y falló, pero vamos, que nadie pensó que llegaríamos tan
lejos. Quizás una de las pocas cosas por las que el kirchnerismo podría
sentirse representada por esta Selección es precisamente en haber
perdurado con la imagen que dio en su primer partido. Pero la
comparación queda ahí, no más, dado que los pibes llegaron a la final
gracias a la mejora, mientras que estos cristianos perduran a pesar de
comerse un tortazo tras otro.
Sacamos cuentas de cuántos años teníamos en el último Mundial y nos
deprimimos. Luego nos damos cuenta que recordamos con lujo de detalles
qué hacíamos la última vez que llegamos a una final y nos queremos matar
por hablar de un cuarto de siglo como quien cuenta lo que hizo el fin
de semana. Se nos viene el Mundial encima y estamos relajados a fuerza
de fracasos, puteamos a Sabella por kirchnerista, a Grondona por garca y
Capitanich por boludo.
Vemos el primer partido, criticamos el planteo, criticamos a los
jugadores, aplaudimos a los jugadores que criticaron el planteo. Acto de
la bandera, nos reímos de los militantes que fueron a putear a la
embajada norteamericana mientras Cristina prometía negociar. El Pocho se
convierte en el David Beckham de las pampas. Enfrentamos a Irán,
agradecemos que llegaron en micro y no en combi, se cuelgan del arco,
puteamos a lo jugadores y a Messi, gol de Messi, grande Messi. Tarifazo
en los bondis. Los que no hacen un abdominal desde quinto año recuerdan
que Lavezzi fue un croto con panza. Pasamos a los nigerianos, Rojo mete
un gol, se lesiona Agüero, Lijo homenajea a los empleados públicos en su
día procesando a Boudou. Paradojas del destino, justo se nos viene
Suiza. Agüero se queda sin Mundial. Lo de Agüero no es tan grave.
Kicillof no se reunirá con los buitres. Kicillof putea a Griesa.
Kicillof se reúne con los buitres en el juzgado de Griesa. Me como el
partido contra Suiza a través de una vidriera en la calle, con seis
grados y una gotera en la cabeza. Ganamos, pero no nos hacemos ilusiones
porque siempre volvemos en cuartos.
Se toma licencia un miembro del
tribunal que enjuicia a Campagnoli, le ganamos a los belgas, renuncia la
del tribunal, pasamos a semifinales por primera vez en 24 años. Los
diputados bloquean el juicio político a Boudou, Adela Segarra sale del
anonimato a fuerza de incapacidad.
Cristina se toma la licencia por
dolor de garganta más larga de la historia. Boudou encabezará el acto
por el 9 de julio en Tucumán. Boudou no estará y lo hará Gerardo Zamora.
Gerardo Zamora es santiagueño, encabeza Boudou. Randazzo lo ningunea,
Randazzo se saca una foto después del ninguneo. Boudou dice “Patria sí,
colonia no”. Se le cagan de risa a Boudou.
Alemania
viola en banda a los brasileros. Nos reímos. Nos preocupamos porque
podemos jugar contra ellos. La selección le gana a los holandeses,
pasamos a la final. Amar a Mascherano por sobre todas las cosas.
Aplaudir a Sabella por la inteligencia y hacer cola para disculparse con
Romero. Ciento veinte minutos -más penales- sentado en la misma
posición. No sé si lloro por llegar a la final o por la lumbalgia.
Escribo sobre mundiales y política, soy más resistido que Hrabina y Mac
Allister opinando de buen fútbol y fair play. Víctor Hugo es condenado
judicialmente a pesar de apelar a la obediencia debida.
Cristina viaja a la final. Cristina puede que viaje a la final.
Cristina no viaja a la final. Cristina le manda una carta a Dilma en la
que explica que no va porque tiene laringofaringitis, el lunes cumple un
año el nieto y el viaje a Río Gallegos en un avión exclusivo es muy
duro. Cristina recibe a Putin. Cristina homenajea a Putin. Cristina no
está muy convaleciente que digamos.
Llegamos
cagados al Maracaná. Nos comemos nueve. Nos comemos tres. No son tan
duros. Lo podemos ganar. Lo ganamos. Perdimos. La gente festeja igual,
va al Obelisco sin darse cuenta de que es la casa de la jauría que vive
en la galería subterránea y tiene el jardín con quincho en la peatonal
de Diagonal Norte.
Clima de fiesta. Puteo, me aislo y saco a flote todos los trastornos
obsesivos. Limpio, lavo la ropa, lustro los muebles, paso la aspiradora,
me ofrezco a lavar los platos de los vecinos, me miran raro. Prendo la
tele. Quilombo en el Obelisco, destrozos, saqueos, detenidos, un winner
de la década sentado en un sillón robado de un bar, justo debajo del
cartel que dice “Sarmiento”.
Al día siguiente, como si nada hubiera pasado, hay mucha gente de
vuelta en el Obelisco y un escenario montado en el jardín de los
ganadores de la 9 de Julio. Cristina espera a los jugadores en el predio
de la AFA. La faringitis no era tan grave y el primer añito de Néstor
Iván puede esperar. Se para en el medio, bien en el medio del plantel.
Grita, tirá mal los apodos, le dice “Flaco” a Romero. Excitada como
Boudou en fábrica de Epson vocifera “¡Eh, Lavezzi, vo’ sex symbol, vení
que soy una dama!”. Jura no haber visto un solo partido, pero se
enorgullece de todo lo que pasó en los partidos. Así gobierna.
Los
jugadores van al Obelisco. Los jugadores no van al Obelisco. Los
jugadores terminan de darse cuenta que volvieron a la Argentina. Los
jugadores afirman que no van al Obelisco porque nadie garantiza la
seguridad ni de ellos ni de los asistentes. No le erran al horóscopo y
arranca otra vez la joda. Menores de edad mamados hasta las patas, un
gordo en cuero en julio, botellas que vuelan. Un tipo decide violar las
leyes de la gravedad y de la evolución al subirse arriba de un semáforo
para saltar. La cana charla al lado. La cana le pide que se baje. El
pibe se baja. El cana y el pibe se van para distintos lados y aquí no ha
pasado nada. Autos robados, comercios saqueados y un teatro destrozado.
Todo lo que no saben cómo se consigue -y ni intentan averiguar el
método- lo destruyen. Se van a la casa.
Del escepticismo a la euforia, de ahí a la ilusión, siguiente parada
la frustración y, finalmente, la vuelta a la realidad. El fútbol no es
otra cosa que la maximización de los estados de ánimo individuales, no
colectivos. Y se contagia la maximización, la exaltación, no los ánimos.
El que necesitaba creer en algo, cree cada vez más con cada partido. El
que quería putear, puteó muchísimo más que nunca. El que nunca pudo
digerir que su mamá no lo abrazara de niño porque estaba ocupada
haciendo la calle, purga su necesidad de sentirse importante cuando se
hace matón en banda -siempre en banda, por las dudas- y el que ya se
encuentra hastiado de tanta presión, aprovecha para tomarse un recreo de
la vida y festeja por cosas que no domina.
Lo bueno de este Mundial es que sólo gastamos energía en ilusión y no
en putear por nuestro país al compararlo con el de afuera. Porque,
convengamos, una de las peores cosas de la depresión del puerperio
mundialista es pasar de ver a las grandes potencias a un
Patronato-Claypole. De admirar los estadios de los países desarrollados a
los potreros de cemento de las canchas argentinas. De maravillarnos con
la infraestructura del transporte del primer mundo, a los bondis
destartalados, trenes abarrotados y autovías arruinadas.
Nos vino bien que el Mundial lo haya organizado Brasil, ya que nos
permitió ver que la obra pública cumple con los parámetros de calidad de
la patria grande nuestroamericana, en la que te anuncian una ruta y se
parte al medio en el momento menos indicado. Del mismo modo, pudimos
notar que la sensación de inseguridad también se ajusta a los acuerdos
del Mercosur y nos acompaña sin pasaporte a nuestro país vecino. Por si
fuera poco, el nivel de las grandes potencias -salvo unas pocas
excepciones que incluyen a los que salieron campeones- estuvieron tan
lejos de las expectativas como lo puede estar Alejandro Apo de meter un
pique corto.
En
medio de esta vorágine, el Gobierno prestó un servicio que a los
jugadores les ahorrará años de terapia conductista: presenciaron lo que
es tener una mina que no entiende nada de lo que habla opinando sobre la
labor ajena. También vivieron en carne propia lo que es tener muchas
ganas de salir a pasarla bien, analizar los pasos a seguir en una mesa
de situación militar y suspender todos los planes por temor a lo que
podría pasar. Y todo en menos de una hora.
Algunos marcianos que aterrizaron en el planeta Tierra en la última
semana sostienen que los terrícolas del Obelisco se ofuscaron porque
Argentina no trajo la Copa. No se dan cuenta de que la posibilidad de
sociabilizar con lo ajeno en un tumulto y dar vía libre a las ganas de
romper lo que encuentren a su alcance, no es para dejarla pasar. En un
país en el que las barras son el brazo armado de la política futbolera
-y de la ordinaria- cuyos miembros hablan de fútbol y no miran los
partidos por estar de espaldas a la cancha -casualmente como la
recepcionista de la AFA- sólo un boludo puede sorprenderse por lo que
pasó.
Salís feliz a pasear y te cagan a trompadas -en el mejor de los
casos- delante de tus hijos para sacarte lo que llevás encima. Te cagan
el día. Miles de personas salen con la felicidad acumulada a festejar.
La proporción hace el resto.
La cultura de lo marginal, protegida por el Gobierno que crea el Día
de los Valores Villeros en vez de facilitarle los medios para la mejora
de sus vidas, se entremezcla con el folklore del fútbol y todo es lo
mismo. Señal de una época en la que el Gobierno no tiene drama en armar
una ensalada con los conceptos de libertad, Estado omnipresente,
espionaje interno, asistencialismo perpetuo y progreso económico, da
igual la picardía de gastar a Brasil que chorearse un caja registradora.
Mientras tanto, el único factor que nos sumerge en la depresión de
tener que volver al día a día sin distracciones mundialistas, es tomar
conciencia de que no hay forma de revertir en poco tiempo tanta
marginalidad estructural añejada.
Eso y sacar cuentas de cuántos años tendremos en el próximo Mundial.
Martes. De la muerte, de los cuernos, de los granos y de perder
frente a Alemania, no se salva nadie. Pero hay imágenes que no se
borrarán jamás. De las buenas.
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relatodelpresente
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Post Data: La Alemanidad... AL PALO !
I'M VERY "JAPI" TO SEE YOU, dicen que le dijo... con un fuerte acento alemán.
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