Extracción de la piedra de la locura (El Bosco)
El Bosco muestra la locura y la credulidad humanas. Lo que se representa en La extracción de la piedra de la locura es una especie de operación quirúrgica que se realizaba durante la Edad Media, y que según los testimonios escritos sobre ella consistía en la extirpación de una piedra que causaba la necedad del hombre. Se creía que los locos eran aquellos que tienen una piedra en la cabeza.
El cirujano o El cirujano del lugar (Jan Sanders van Hemessen)
Representa una operación de trepanación o extracción de la piedra de la locura, retratada con tono sarcástico. El motivo responde a la creencia medieval de que la demencia devenía de una obstrucción cerebral provocada por la acumulación de piedras en el interior de la cabeza. Tal creencia fue aprovechada por charlatanes y otros «cirujanos barberos» como el retratado en la tabla de Hemessen.
Se la extraña
Si bien en el kirchnerismo son muchos los que envidian la suerte de Cristina y habrían hecho cola para ser sometidos a una intervención intracraneal con tal de no comerse el desenlace de la campaña electoral pasada, lo cierto es que pocas cosas cambiaron sin ella.
Algunos analistas rellenan líneas con las
situaciones que deberá afrontar la Presi cuando retorne, y hacen
hincapié en la inflación, la inseguridad y los reclamos sociales, como
si Cristina llevara en coma seis años, o como si el aumento de precios,
le epidemia de amigos de lo ajeno y la imagen negativa del gobierno se
hubieran disparado hace dos semanas.
Lo cierto es que, sin la Presi, no hay
otro tema para hablar, algo que debería ser reconocido como uno de los
mayores logros del Gobierno: demostrar que con o sin Cristina las cosas
son igual de pedorras, pero que no da igual. La inflación existe desde
la devaluación del 7 de enero de 2002 y se convirtió en problema serio a
partir de 2007. La inseguridad es parte del paisaje urbano desde hace
tanto tiempo que pibes de veintipico nos preguntan si crecimos en el
campo cuando contamos que salíamos a andar en bicicleta, aunque se
tratara del Parque Chacabuco.
Este mes sin Cristina nos demostró que
somos un país aburrido, y no porque no pase nada, sino porque pasa lo
mismo desde hace años y nos acostumbramos. Sin la Presi, no quedó otra
que hablar de la pasión por la violencia verbal de Guillermo Moreno, de
la fascinación de Aníbal Fernández por provocar mintiendo al pedo, de
las causas por corrupción, de la justicia digitada, de la debacle del
sistema penitenciario, del narcotráfico, de los aprietes de la AFIP y
del desastre ferroviario.
Si tenemos en cuenta que estamos en 2013 y
lo más novedoso es la Ley de Medios que arrastramos desde 2009, no
queda otra que pensar que somos un bodrio y que lo único que nos alegra
la vida son las gansadas de Cristina, que también las tenemos desde hace
añares, pero que se renuevan y superan en cada sesión de terapia
televisada.
Por
lo demás, este gobierno aburre y lo saben sus funcionarios. Por eso
buscan material para entretenernos, como si estuviéramos de cumpleaños
en un monoambiente contrafrente, sin alcohol, sin minas y sin guita. Y
entre todas esas cosas que aburren, está el delirio progre utilizado
para contentar a esa porción mínima de la sociedad capaz que es capaz de
colocar una placa de desaparecido por terrorismo del Estado a un
linyera que murió en un hospital con atención médica gratuita en pleno
siglo XXI.
Que lo digan referentes del progresismo,
bueno, es lógico y coherente con sus historias de aprovechar los
recursos del sistema para manifestar su insatisfacción permanente contra
el sistema. Ahora, escuchar a Amado Boudou dando sus lecciones de
lealtad peronista o dándonos miedo de volver a “aquellos años en los que
cerraban empresas y quedaban personas en la calle”, cuando el único
negocio que manejó -fuera del gobierno, claro- lo quebró, es
demasiado. Y si atrás viene Agustín Rossi a informarnos que encontró una
serie de archivos confidenciales de la dictadura mientras buscaba unos
bizcochitos agridulces en la mesa de entradas, el combo es demoledor.
No fueron las listas negras lo que más me
llamaron la atención. Tampoco lo fueron la presencia de lo que queda de
las Madres de Plaza de Mayo ni lo poco dado a la lectura en voz alta
que resultó ser el ministro de Defensa. Lo que me sorprendió, y mucho,
fue la poca memoria que tiene el ciudadano promedio o lo poco que se
leen los diarios a nivel político. Porque presentar como hallazgo algo
que salió en la tapa de Clarín hace diecisiete años, es un lujo que no
muchos mamertos pueden darse.
Podrían habérsela jugado y habilitar los
archivos clasificados de la Dictadura -ese que aún reclaman los
luchadores por los derechos humanos que no tranzaron con el gobierno-
pero se conformaron con contarnos que durante el Proceso estaban
prohibidos algunos artistas.
Todo es parte de la contradicción de
definirse como progresista y atrasar cuarenta años. La radiofonía existe
desde 1920 y la televisión con fines comerciales camina desde 1930,
pero el kirchnerismo los reguló recién en 2009. Para el año 2072 se
habrán dado cuenta que internet es un arma poderosa y, desde alguna
exposición soporífera nos contarán que a fines de los ochentas había
hiperinflación, que en Campo de Mayo existía gente que se pintaba la
cara fuera de carnaval y hasta quizás encuentren un archivo
ultraconfidencial en el que conste que en 1994 hubo una explosión en la
que murieron 85 personas y que parecería haberse tratado de un atentado.
Lejos estoy de considerar a esta una
gestión progre, aunque me resultaría muy cómodo y fácil. Tildarlos de
progres con la intención de anular cualquier chance progresista a futuro
amparados en los resultados de esta experiencia, deja abierta una
puerta peligrosísima: que venga un iluminado a decir “estos no fueron
verdaderamente progres, para eso estoy yo”. Ya empiezan a aparecer,
incluso, los que dicen ser progres, porque está de moda.
La moda progre fue impuesta por el
kirchnerismo a pesar del escaso caudal electoral de estos eternos
aliados del que pueda ganar. Y lo hicieron precisamente por eso, por la
capacidad extrema que tienen para sobrevivir en su discurso a pesar de
todo. Les dieron la masificación, levantaron sus estandartes y pusieron a
su servicio al aparato más pateazurdos que recuerde la democracía
argentina: el justicialismo.
Progres espantados del peronismo
bonarense, como Martín Sabbatella, juraron nunca jamás pertenecer a nada
que tenga como una de sus patas al PJ. Pero como el tiempo todo lo
puede, Martín se sumó a la legión de exfuncionarios de la Alianza que
hoy hacen los dedos en V mientras cantan que son parte de la gloriosa
Juventud Peronista. ¿Cómo no invitarlos e intentar aprender de ellos, si
del fracaso de la Alianza salieron inmunes?
La ausencia de Cristina nos recordó lo
aburridos que son. No es que Cristina no se meta con contradicciones
tales como nacionalismo y patria grande, pero al menos los cuela en una
catarata de definiciones a refutar y nos quita el tiempo -y las ganas-
de meternos con la culpógena actitud de putear al capitalismo por la
pobreza desde la comodidad de un living en Recoleta.
El Congreso Iberoamericano de
Revisionismo Histórico es un ejemplo de los lindos. Un nutrido grupo de
gerontes al pedo de la vida -y financiados por nosotros- se reunieron la
semana pasada para analizar qué onda con esas definiciones que usan
para currar. Así es que se juntaron un montón de empleados públicos de
distintos países latinoamericanos para hablar de la patria grande
latinoamericana y sus raíces culturales.
Estas eminencias -de quienes he leído y,
realmente, disfrutado varios libros- sostienen que la unidad
lationamericana ocurrirá cuando nos despojemos del colonialismo mental y
aboguemos por la unidad cultural entre los países. Incluso Jorge Coscia
habló de latinoamericanismo para luego pegarle a los apátridas. Porque
no creemos en las fronteras socialistas, pero somos nacionalistas frente
al imperio. Todo esto resultaría anecdótico y hasta simpático si atrás
no estuviera el pedido expreso de cambiar los programas escolares de
historia.
No sé si lo hacen de aburridos o de
pelotudos, pero hablar de unidad cultural cuando pertenecemos a un país
en el que no podemos mantener una línea de costumbres entre Mataderos y
Flores, es confesar que están cobrando de mis impuestos más al pedo de
lo que creía.
Vivo en un edificio de cuarenta
departamentos. Veinticuatro somos de apellido italiano, doce son de
ascendencia española, uno polaco, dos alemánes y uno armenio. Dos son
judíos, uno cristiano ortodoxo y el resto bautizados católicos. A los
tanos no les pregunté si sus abuelos venían del sur, del norte o de las
islas, de los españoles no sé si son gallegos, catalanes, vascos o
andaluces y probablemente ni idea tengan. Sólo en este pedazo de tierra
de 10×40 viven mil costumbres distintas, provenientes de mil culturas
diferentes y de varios migraciones separadas en el tiempo. ¿De qué
unidad cultural me hablan si no hay nada más maravilloso que la
diferencia?
Esta descripción antropológica
inmobiliaria que acabo de tirar tiene un origen en común: Europa, ahí
donde las costumbres folclóricas cambian de un pueblo al de al lado y
donde conviven más de 130 lenguas y dialectos diferentes. Y a mí, que
hablo con tiempos verbales distintos a los usados en Tucumán, que
todavía conservo algo del grecocalabrés, que crecí a mate, asado,
milangas a la provenzal con puré mixto, buseca, empanadas, conejo
estofado y sopa de carcaza, que a la patata le digo papa, que no
coincido con los rosarinos en cómo denominar al pochoclo, que al autobús
le digo bondi y al carro símplemente auto, y que pertenezco a uno de
los escasos países con cultura de clase media, a mí, justamente a mí me
piden que busque mis raíces culturales para lograr el parentesco con mis
supuestos hermanos colombianos, peruanos, venezolanos, brasileros,
cubanos o nicaragüenses.
Resulta que cuando busco en mis raíces
culturales me encuentro a un puñado de tanos brutos que me metieron la
insalubre costumbre de comer turrón, vino hervido con azúcar, almendras,
avellanas y miel con 35 grados a la sombra en un almuerzo navideño. Lo
mismo pasa con la inmensa mayoría de los que leen estas líneas y
recuerdan las costumbres familiares bien distintas a las costumbres de
sus amigos. Y aunque estos intelectuales con apellidos europeos no lo
vean, si hay algún hilo conductor cultural en argentina, proviene de
europa. Ellos lo llaman imperialismo, nosotros ancestros.
Pedir unidad cultural cuando nuestro país
se construyó sobre la diversidad, sólo puede salir de la cabeza de los
mismos mamarrachos que piden revisar la historia para poder pegarle a
Rivadavia, Roca, Mitre o Urquiza, nombres que para la mayoría
representan una avenida, un billete y dos trenes. Revisar la historia
parte del presupuesto -reconocido- de que nos la contaron parcialmente,
como si no fuera algo obvio. Y la solución radica en que otro grupo de
personas con toda la parcialidad de su ideología contrapuesta a la
historia oficial, nos contarán la historia verdadera, o sea, la versión
de ellos. Tiene lógica, si lograron imponernos su versión de lo que pasó
en los últimos veinte años y nadie se quejó ¿cómo no animarse con lo
que pasó hace doscientos, si nadie lo vivió?
Por eso estoy ansioso por ver a Cristina
de vuelta. Porque la presi también habla de estas gansadas -como cuando
dijo que prefería hablar de Belgrano como abogado, a pesar de que pasó a
la historia por sus campañas militares- pero también nos distrae
hablándole del subte a una jujeña, o dando clases de economía a Estados
Unidos y Alemania, o destacando el progreso económico en algún acto del
conurbano, o festejando que ganaron en la Antártida.
Y principalmente quiero que vuelva
porque, si hay que fumarse dos años más de kirchnerismo, al menos que no
sean iguales al embole que nos pegamos el último mes.
Lunes. Revisar la historia es más cómodo que hacerse cargo del presente.
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