viernes, 8 de noviembre de 2013

Magdalena, en el país de no me acuerdo

Por Ernesto Tenembaum

Jueves 07 de Noviembre de 2013

http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/Otro/178D_4946AEE6.jpg

Es una pena que no se haya inventado aún la manera de añadirle audio a una revista porque, entre otras cosas, usted podría escuchar la voz de ambas, mucho más jóvenes. Se trata de un archivo conmovedor de la transición democrática: Magdalena Ruiz Guiñazú conversa con Hebe Pastor de Bonafini en marzo de 1984. Le da espacio para que denuncie que los canales del oficialismo se resisten a darles espacio a las Madres de Plaza de Mayo y editorializa con énfasis a favor de que ello suceda.

Búsquelo: con teclear “Bonafini Ruiz Guiñazú” en YouTube, aparece en segundos. “Nadie en el país puede dejar de saber lo que significan los pañuelos blancos”, dice MRG.



Sobre el final de la nota, Hebe de Bonafini pide agregar algo. Su voz suena nítida y agradecida.

–Siempre recordamos con mucho afecto que usted, como mujer, fue de las primeras que habló de las Madres por la radio. Eso no lo olvidamos nunca.


Magdalena, en ese 1984, integraba la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, que había conformado el gobierno de Raúl Alfonsín para producir un informe sobre la represión ilegal y que produjera el mítico libro Nunca Más. Era tiempos difíciles: no denunciaba a la dictadura treinta años después ni se golpeaba el pecho, sino que aportaba su trabajo riguroso y valiente para denunciar los crímenes cuando el poder militar aún existía y tantos, pero tantos, se borraban. Luego de eso denunció como periodista las leyes de punto final y obediencia debida, y posteriormente el indulto de Carlos Saúl Menem, con cuyo gobierno nunca tuvo relación alguna. En los años noventa, Ruiz Guiñazú firmó todas las declaraciones en solidaridad con los periodistas que eran querellados por la gestión menemista y dio lugar en su programa de radio a todas las denuncias de corrupción contra el régimen de esos años.

En mi casa, cuando yo era pibe, me despertaba sobresaltado porque mis viejos escuchaban su programa en un volumen, digamos, bastante alto. Por eso, escuché las veces que mencionaba la existencia de desaparecidos. Es algo que aún, tantos años después, me estremece. Conozco tanto periodista menor que teme decir palabras de más para no perder un auspicio de dos mil pesos, tanto periodista militante que no se atreve a formular una pregunta de más cuando le ponen un ministro enfrente: no imagino cómo alguien tuvo la valentía de decir esas cosas por radio siendo la madre de cinco hijos muy pequeños. Eduardo Aliverti compartía el estudio de Magdalena: pregúntenle a él qué hizo ella durante la dictadura.

Muchos años después, me tocó trabajar un año con ella. Me sorprendí cuando, un día, entré a una librería y su dueña me dijo: “Mi hermana está desaparecida. Yo no estoy muy de acuerdo con Magdalena. Pero no puedo dejar de escucharla. Porque durante la dictadura, mi mamá le mandó una carta y ella la leyó al aire. Nadie nos daba bolilla. Se nos cerraban todas las puertas. Y ella, sin conocernos, leyó lo que nos pasaba”.

Hay un episodio más. En el año 2007, el programa Televisión Registrada fue censurado en el canal América, donde se emitía desde su creación. El episodio generó un repudio generalizado, que se expresó en el programa Almorzando con Mirtha Legrand, donde tanto la anfitriona como Magdalena Ruiz Guiñazú reprocharon duramente la decisión al funcionario del canal que estaba presente. Otra de las figuras del espectáculo que estuvo especialmente solidaria fue Susana Giménez, quien invitó a su influyente ciclo a los conductores del envío censurado, Gabriel Schultz y Sebastián Wainraich, y además, dijo “qué huevos, Diego”, mirando hacia detrás de cámaras, donde presumiblemente estaba el empresario que ideó TVR. Magdalena. Mirtha Legrand y Susana serían blancos habituales, años después, del mismo programa con que se solidarizaron cuando estaba en problemas. TVR, por entonces, fue recibido inmediatamente en Canal 13 del Grupo Clarín, y sería tan furiosamente antikirchnerista allí como fanáticamente oficialista cuando se pasó a un canal K.

En un país medianamente razonable, una persona como Magdalena debería ser homenajeada. Más aún cuando se cumplen 30 años de democracia. Naturalmente, en tantos años de carrera, uno comete aciertos y errores, se gana enemigos y amigos. Además, es una persona de opiniones fuertes con las que se puede estar de acuerdo o no. Pero nada de eso cambia lo central: su valentía durante la represión ilegal, su compromiso con la verdad de lo ocurrido, su solidaridad con los colegas que eran –o se sentían al menos– perseguidos por el menemismo. Nunca relativizó, los acusó de victimizarse, sanateó sobre el contexto ni nada de eso: les abrió el micrófono como se debe hacer y los acompañó.

En la Argentina de esta década, en lugar de homenajearla, le realizaron un juicio público por haber sido cómplice de una dictadura a la que denunció. Ese juicio fue difundido por la televisión partidaria que se hace llamar pública. Y la dirigente que encabezó ese juicio, curiosamente la misma Hebe de Bonafini, fue recibida dos días después por la Presidenta de la Nación. No sólo eso: cuando Magdalena se atreve a denunciar lo ocurrido, aparecen intelectuales y periodistas –algunos de los cuales recibieron su solidaridad en otros tiempos– para reprocharle su actitud.

En el mundo del revés, en el país de no me acuerdo, si una persona denuncia que es agredida, eso confirma que merece ser agredida. Conozco noteros muy jóvenes, a los que los corren de actos al grito de “andate, esbirro de Magnetto” o maravillas por el estilo, y que temen denunciarlo porque saben que, inmediatamente, la televisión partidaria estatal iniciaría una campaña contra ellos por denunciar que los agreden.

Es curioso, pero estos mecanismos funcionaron así en muchos países, de izquierda o de derecha, durante el siglo XX.

Lo que ha ocurrido en estos años con Magdalena y otros colegas habilita a hacer una digresión.

Imagínese usted que en dos años gobierna el país Mauricio Macri. O Sergio Massa, o Julio Cobos, o Daniel Scioli. Y, entonces, fastidiado alguno de ellos por periodistas como Magdalena, o Víctor Hugo, o Verbitsky, o Sietecase, o Aliverti, deciden armar programas de televisión donde diariamente se los difama, tergiversa o humilla. Imagínense que, a partir de estas situaciones, algunos de esos periodistas empiezan a contar que se encuentran con personas que los insultan por la calle, con los argumentos que se difunden en la televisión oficialista. Sinceramente, ¿usted argumentaría que eso es parte de la democracia, que así son las cosas, que es parte del derecho a la libre expresión o denunciarían el hecho como una persecución?

Difícilmente esto suceda. Dispositivos como los que se pusieron en marcha contra los disidentes en la Argentina de esta década no suelen repetirse en democracias avanzadas. De hecho, desde 1983 para aquí, sólo durante el kirchnerismo existieron, y en el resto de América latina, donde se discute con pasión el rol de la prensa, este nivel de agresividad sólo se produjo en Venezuela y en El Salvador.

Son hechos molestos, pero pasajeros. En todo caso, revelan la doble moral de un sector que denuncia atropellos cuando está en la oposición y los avala cuando se siente parte del poder gobernante: nada nuevo bajo el mundo.

Lo que es una pena es que la democracia, ahora que cumple 30 años, se prive de homenajear a alguien como Magdalena Ruiz Guiñazú.

Una pena para la democracia, no para ella, que ha formado, quizá sin saberlo, a tanta gente.

En el 2005 le hice un reportaje para esta revista.

Me encantó el título que le pusieron: “Señora de nadie”.

“Aprendí de muy chica a no venderme por un plato de lentejas”, recuerdo que decía, la integrante de la Conadep, la periodista radial que informaba al país sobre la existencia de desaparecidos cuando nadie lo hacía, la que recibía el agradecimiento de Hebe de Bonafini por ser la primera que habló de las Madres de Plaza de Mayo.

http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/Otro/DF59_4946AF41.jpg


En el país de Nomeacuerdo

(María Elena Walsh)

En el país de Nomeacuerdo
doy tres pasitos y me pierdo”.


Un pasito para allí
no recuerdo si lo di.
Un pasito para allá,
ay, qué miedo que me da.

Un pasito para atrás,
y no doy ninguno más
porque ya, ya me olvidé
dónde puse el otro pie.


@
http://www.infonews.com/2013/11/07/politica-107805-magdalena-en-el-pais-de-no-me-acuerdo.php
http://culturaparatodos.es/musiquita/1917-el-pais-de-nomeacuerdo-maria-elena-walsh-1967-a.html
http://lavieencouleurmer.blogspot.com.ar/2009/03/en-el-pais-del-no-me-acuerdo.html
http://www.youtube.com/results?search_query=Bonafini+Ruiz+Gui%C3%B1az%C3%BA

No hay comentarios:

Publicar un comentario