Cristina finalmente aceptó que es más divertido ser presidente cuando no tiene que lidiar con el inconformismo de este país, en el que todos quieren algo, desde una licitación amiga, hasta un cacho de pan duro para llevar a la mesa. Ahora que pudo acomodar las cosas para que los quilombos los resuelva el mismo que se los resolvía a Duhalde, ella puede dedicarse a lo que realmente le gusta: animar fiestas infantiles televisadas en el Patio de las Palmeras.
A Jorge Capitanich le tocó bailar con la
renga, y eso que hacernos creer que Chaco es una provincia sin
desocupados ni pobreza es un logro difícil de igualar. Le pidieron que
haga lo que pueda y arrancó por el quilombo petrolero. Increiblemente a
tan sólo cinco días de haber asumido como Jefe de Gabinete, consiguió
que se retiraran demandas contra Argentina presentadas en Nueva York,
Buenos Aires, Londres, Madrid, México y la Ciadi. Al mismo tiempo, logró
que se destraben las negociaciones por inversiones para la explotación
petrolera.
Mientras en el gobierno creen que el
Coqui contactó a un Sindicato de Chamanes del Impenetrable, hay algunos
que aventuran que el acuerdo se habría logrado con una técnica extraña:
pagando lo que se debe. La confusión fue total. Tampoco ayudó que algo
pudiera resolverse sin un acto multitudinario y una teleconferencia con
coyas del altiplano.
Kicilove,
por su parte, celebra que después de un año salió bien su idea de
expropiar la petrolera. Es cierto que en el medio tuvimos que entregar
el futuro a Chevrón y ahora pagaremos 5 mil millones de dólares en bonos
para que Pemex -socia de Repsol- invierta en nuestro país, pero lo
logró. También es verdad que había dicho que no se le pagaría un peso a
los gallegos y ahora se van nueve ceros verdes, pero vamos, que tampoco
sale de su bolsillo, sino del nuestro, del de nuestros hijos y del de
nuestros nietos.
El chiste de Repsol no es lo único que
nos enteramos que pagaremos sin pedirlo. Esta semana, así, como quien no
quiere la cosa, varios tomaron conciencia de que no podrían vivir sin
seguir currando al Estado, por lo que se garantizaron una pensión a
futuro por el hecho de haber sido presos políticos. Porque si se laburó
toda la vida de víctima, nada mejor que cobrar una jubilación por ello.
Pero como no son forajidos y también
piensan en el futuro de la caja que seguirá manteniéndolos, tuvieron la
decencia de impulsar una ley que, según Diana Conti, “terminará con la
industria del juicio contra el Estado”. Afuera, familiares de víctimas
de tragedias provocadas por acción o abandono del Estado, protestaban.
En los últimos tiempos nos dieron vuelta la tortilla y la lógica pasó a ser un tema de análisis de arqueólogos. Los medios masivos han sido invadidos con programas conducidos por trogloditas con mentalidad de amas de casa del siglo XIX, en los que se habla de femicidio como si la mujer perteneciera a la especie Female Sapiens, en los que se considera que cualquier prostituta es víctima de una red intergaláctica de esclavitud sexual y en los que hay que emocionarse porque el Estado le pagará el cambio de sexo a un nene.
En ese contexto en que se nos informa -y
en esto coinciden todos, oficialistas y opositores- tenemos que padecer
opiniones de gente que se ofenden porque hay quienes piensan que un feto
no es un ser humano, y a los cinco minutos hay que escuchar, sin
putear, que en Once murieron 52 personas, porque una de las víctimas
estaba embarazada. Porque es humano si te matan y deja de serlo si
querés abortar.
En ese contexto en el que la culpa es una
obligación por mandato supremo, no hay quien pueda explicar, siquiera,
por qué el Estado tiene que pagar a los que se quedaron sin departamento
después de que volara a la mierda un edificio con muchos propietarios.
Hasta podríamos presenciar un ACV en vivo si hacemos la pregunta
-lógica- de qué pasaría si quedara un cráter donde antes había una casa
por contratar a un gasista baratito.
De chiquitos aprendimos que el Estado es
un ente al que le pagamos para que nos proteja, nos dé salud, seguridad y
educación. No sé bien en qué momento sucedió, pero pasamos a esta
creencia colectiva de que el Estado es un papá alcohólico y abandónico
al que sólo se le puede pedir plata cada vez que nos pasa algo.
También aprendimos, durante muchísimos
años, que los actos realizados por el Estado durante los gobiernos de
facto, no son valederos, porque no estaba vigente la Constitución
Nacional. Reformamos leyes y eliminamos regulaciones por el sólo hecho
de no provenir del órgano correspondiente elegido de modo democrático
por el pueblo.
Obviamente -y por suerte- es sólo para lo
que conviene, porque si no tendríamos que demoler varias autopistas, el
puente Zárate/Brazo Largo y todos los estadios del mundial que inauguró
Videla, la legislatura porteña de Uriburu, el INTA y el Monumento a la
Bandera de Rosario de Aramburu, y el Planetario, el túnel subfluvial
del Paraná y la Base Marambio de Onganía.
Parte de esa conveniencia también sucede
cuando se le pide a los británicos que recapaciten, dado que la guerra
de Malvinas fue llevada adelante por un gobierno ilegítimo. Ese mismo
criterio es bien distinto a la hora de pagar la otra joda de los
militares, y ahí sí, el Estado legítimo de la democracia tiene que pagar
por lo que el Estado usurpado provocó. O sea, para reclamar, nos
gobernaban los marcianos, pero para pagar, somos todos solidarios a
pesar de no haber pedido, ni votado, ni apoyado la política de represión
ilegal.
Sin embargo, como ciudadano que paga sus
impuestos contra su voluntad, no me queda otra que agradecerles. Porque
la fiesta indemnizatoria por lo ocurrido en los setentas, en algún
momento se va a acabar. Pasarán los años, pero en algún momento ya no
habrá a quien pagarle.
En cambio, eso de no poder hacerle juicio
al Estado por lo que el Estado provoca, nos generará un ahorro difícil
de dimensionar. Pienso en qué sería de nuestra economía si hubieramos
tenido esta ley desde hace tiempo, y se me caen las lágrimas de ver la
que nos perdimos.
Nos habríamos guardado la guita de las
194 muertes de Cromañón, más las indemnizaciones a los que
sobrevivieron. No pagaríamos un centavo por las miles de muertes anuales
provocadas por rutas subsaharianas con peajes del primer mundo, ni por
los que terminaron abajo de derrumbes de obras mal habilitados, ni por
los que fueron masacrados por la misma policía en una toma de rehenes.
Destaco,
también, que es una medida igualadora para todos los que -todavía- no
fuimos víctimas de algún siniestro provocado por un Estado gigante pero
impotente. Pagamos por una educación pública que es aun peor de lo que
era cuando egresaron los burros que nos gobiernan, garpamos por una
seguridad que no puede evitar un robo a metros de la Comisaría, abonamos
por un sistema de seguridad social que no consigue evitar que haya cada
vez más gente durmiendo en la calle y ponemos guita para un sistema de
salud pública que es salud sólo para el que logra sacar un turno a tres
meses. Aportamos nuestra parte al dejar más de la mitad de nuestros
ingresos anuales y el Estado no cumple con su parte del contrato. ¿Por
qué debería pagar por las catástrofes que salen en los noticieros?
Lo que sí propongo es que la devuelvan.
5.000 millones de dólares para Repsol, 8.300 palos verdes para los
trenes, 3.000 millones de la gringa para Aerolíneas. Son 407 dólares
por argentino. Ni se imaginan la que sumamos si agregamos los subsidios
por 10 años a todas las líneas de colectivos de corta, media y larga
distancia.
A muchos les parecerá poco. A los que en
su vida se tomarán un avión, no tanto. A los que en la calle piden
centavos para morfar, menos.
La otra es esperar. Quizás, en 40 años,
un congreso les habilite una pensión por haber sido víctimas de querer
ir a laburar en tren.
Jueves. Para el Estado no existe el “paga Dios”. Siempre terminamos garpando nosotros. Siempre.
@
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