Por Roberto Cachanosky
Jueves 7 de Noviembre de 2013
Celestino Rodrigo, ministro de Economía de Isabel Perón durante 50
días, pasó a la historia por el famoso rodrigazo que fue un aumento de
tarifas de servicios públicos, tipo de cambio y salarios que intentó, a
mi juicio en forma poco prolija, corregir el problema que había heredado
de la inflación cero de Gelbard y que Alfredo Gómez Morales, su
antecesor en el cargo, no se animó a encarar.
En efecto, a principios de 1973, con Cámpora transitoriamente en el
poder, Gelbard implementó una política económica que supuestamente era
de inflación cero, basada en controles de precios, salarios, tipo de
cambio y tarifas de los servicios públicos, en ese momento prestados
fundamentalmente por empresas estatales que, obviamente, tenían
pérdidas.
Como ocurre con todos los planes basados en el control directo o
indirecto de la estructura de precios relativos, control que intenta
disimular por un tiempo las ineficiencias del sistema productivo y los
desequilibrios del sector público, en algún momento son insostenibles y
alguien tiene que asumir el costo de hacerse cargo de destapar la olla.
En 1975 ese costo lo pagó Celestino Rodrigo.
Si bien hay diferencias económicas y políticas con aquellos años, hoy
estamos en la etapa intermedia entre lo que en su momento hizo Gelbard y
el costo que posteriormente asumió Celestino Rodrigo.
Ejemplo, montados
sobre una inflación que en el primer bimestre de este año se proyecta
al 35% anual, hay un stock de subsidios que gatillan el aumento del
gasto público. Por ejemplo, en 2006 los subsidios al sector energético
fueron de $ 4.032 millones y en 2009 llegaron a $ 15.944 millones. El
sector transporte, que en 2006 tenía subsidios por $ 1.876 millones,
recibió en 2009 $ 11.584 millones. El total de subsidios y préstamos del
sector público al sector privado pasó de $ 8.800 millones en 2006 a $
33.300 millones el año pasado.
La pregunta es: ¿se animará el gobierno a desmantelar este monstruo
antes de 2015? Obviamente que la respuesta se acerca más al no que al
sí. Es más, desmantelar este esquema implica subir fuertemente las
tarifas de los servicios públicos (boleto de colectivo, tren, subte,
energía eléctrica, gas, etc.) en el medio de una inflación que apunta al
35% anual. Sabemos que los Kirchner suelen redoblar la apuesta, pero
también sabemos que cuando los problemas se ponen feos suelen refugiarse
en El Calafate.
La segunda pregunta es: ¿qué diferencia hay entre este esquema de
aumentar el gasto público para cubrir las pérdidas de las empresas con
subsidios y el financiamiento que, en otros años, le daba el tesoro a
las empresas públicas con tarifas retrasadas? Respuesta: ninguna.
Obviamente que no es ésta la única causa de aumento del gasto
público, pero como muestra del lío que ha hecho el gobierno basta con
este simple ejemplo.
Si el gobierno va a tratar de esquivarle el bulto al tema de las
tarifas de los servicios públicos, también es muy probable que termine
sacrificando el llamado tipo de cambio competitivo dejando que la
inflación termine de comerse la devaluación de 2002. En rigor ya se la
comió. Y aclaro que no estoy de acuerdo con una política de peso
depreciado ni apreciado, pero para el gobierno el peso depreciado era el
centro de su “modelo de crecimiento con inclusión social”.
¿Qué ocurrirá entonces? Que las empresas tendrán las ineficiencias
propias del sistema tributario, la legislación laboral, el gasto
público, etc. y no serán “compensadas” con un dólar caro. Al mismo
tiempo, Moyano ya ha dicho que no puede negarse la inflación, con lo
cual los aumentos de salarios comienzan en un piso del 25% y llegan a un
techo del 40% dependiendo de los sectores. Como además el costo del
capital es alto en Argentina y el arreglo de la deuda no solucionará el
problema del costo del capital porque hay demasiada inseguridad jurídica
para invertir en el país, el modelo ajusta por precio o cantidad en el
mercado laboral. Esto quiere decir que si los aumentos de salarios se
disparan demasiado, el modelo ajusta por cantidad de gente ocupada. Si
aumentan por debajo de la tasa de inflación, el modelo ajusta por caída
del ingreso real, menor consumo interno y caída en la actividad.
¿Entonces? Lo más probable es que el gobierno use la expansión
monetaria como mecanismo de sostener la ocupación convalidando aumentos
de precios y salarios y, de paso, sostener un gasto público
infinanciable. Entramos así en la típica carrera de salarios y precios,
quedando postergado el tema tarifas y tipo de cambio para el momento del
rodrigazo final, si es que este esquema aguanta hasta el 2011.
Por más que Boudou y Randazzo se gasten la garganta diciendo que no
hay inflación, ellos saben que la suba de precios ya está fuera de
control, a pesar de los métodos tipo KGB de Moreno.
Sabemos que la
inflación se acelera. También sabemos que el gobierno usará al Central
como fuente de financiamiento vía emisión monetaria. Y además sabemos
que la oposición quiere que los Kirchner se hagan cargo de la fiesta que
armaron y que los Kirchner no quieren pagar la fiesta.
En el medio está la gente que huye del peso como si fuera la peste
porque sabe que cada día que pasa puede comprar menos bienes y servicios
con la misma cantidad de pesos.
Estamos en el medio del trayecto entre la inflación cero de Gelbard y
el rodrigazo. El argumento de que son los empresarios y los
comerciantes los que aumentan irresponsablemente los precios ya lo
conocemos de memoria. Es la típica jugada de sacarse de encima la
responsabilidad que tiene el gobierno de haber incentivado la inflación
para hacer un populismo tradicional y muy poco imaginativo con relación a
las políticas populistas del pasado. Es típico que a la hora de tener
que pagar los costos del populismo, el gobierno busque responsables
fuera de su esfera, lo que no quiere decir que el problema sea resuelto
inventando culpables fuera del BCRA.
En definitiva, en los próximos meses veremos como el gobierno sigue
redoblando la apuesta en materia de acelerar la inflación y negarla.
Pero también sabemos cómo es el final de esta película, por más que el
gobierno siga diciendo que estamos con inflación cero como en los años
de Gelbard.
“Carcel del Pueblo: Jacobo Tirmerman” (Articulo publicado el 21 de junio de 1973)
“El Banco de los Graiver” (Articulo publicado el 28 de junio de 1973)
“El Caso Gelbard” (Articulo publicado el 20 de octubre de 1973)
Cámpora carecía de un esquema político propio. Su equipo se reducía a
su hijo, Héctor; al íntimo amigo de su hijo, Esteban "Bebe" Righi, y a
su sobrino, Mario Cámpora, que tuvo una destacada carrera diplomática.
Próximo a este grupo estaba el nacionalista católico Juan Manuel Abal
Medina, de estrecha relación con la UOM, que había sido designado,
también en 1971, secretario general del Movimiento. Otro allegado a
Cámpora, peronista histórico como él, fue Raúl Garré. De un modo más o
menos directo, ese haz de colaboradores fue reciclado por el
kirchnerismo. Righi, actual procurador general de la Nación, y Mario
Cámpora integraron aquel Grupo Calafate fundado por Kirchner en 1999.
Abal, además de ser padre de su homónimo, el vicejefe de Gabinete, es un
interlocutor frecuente de la Presidenta. Y Garré era el padre de Nilda
Garré, la actual ministra de Seguridad que, en 1973, fue electa diputada
nacional (separada de Roberto Copello, se unió después a Abal Medina).
Salvo en el caso de Righi, que ocupó el Ministerio del Interior, el
gabinete de Cámpora estaba dominado por Perón, con dos figuras
principales: José López Rega en Bienestar Social, y José Ber Gelbard en
Economía.
La relación entre Cámpora y Perón quedó fisurada desde la asunción
del nuevo gobierno. Ese día, el penal de Devoto fue tomado por los
presos, muchos de ellos condenados por secuestros y atentados políticos,
que impusieron una inmediata liberación. El Congreso la convalidó con
una apresurada ley de amnistía. La política exterior también adoptó un
giro hacia la izquierda de modulaciones antiimperialistas, muy acordes
con la época, pero desagradables para Perón: en la reunión
interamericana de Lima, entre junio y julio de 1973, la delegación
argentina propuso la incorporación de Cuba a la OEA y la expulsión de
Estados Unidos. Felipe Solá, actual candidato a la presidencia, estuvo
entre los que elaboraron esa posición, que defendió el embajador Jorge
Vázquez.
Perón colmó su desdén hacia Cámpora cuando, de regreso definitivo del
exilio, debió aterrizar en Morón debido a que, en Ezeiza, las facciones
de la izquierda y la derecha peronista habían desatado una matanza.
Sobre la violencia de aquel 20 de junio de 1973 sigue abierto un debate
histórico en el que todas las explicaciones son conspirativas. Lo cierto
es que, a los pocos días de llegar, Perón comenzó a organizar la salida
de Cámpora y su propia postulación para reemplazarlo. Hay dos libros
imprescindibles para conocer la caída en desgracia de Cámpora y el
enfrentamiento de Perón con las organizaciones de izquierda: Medio siglo
de política y diplomacia , de Benito Llambí, y El escarmiento , de Juan
Bautista Yofre. También sobran los testimonios orales para ilustrar el
desprecio de Perón. Los médicos recordaban que, ya muy enfermo, el
General sometía al presidente Cámpora a largas amansadoras, mientras
seguía disfrutando en la TV su programa favorito: Tatín. Como se ve, el
de Daniel Scioli no es el único caso, ni el más severo, que documenta
cómo la cultura peronista permite que el ejercicio de la jefatura
incluya malos tratos.
El 13 de julio, Cámpora renuncia para dejar la presidencia en manos
de Raúl Lastiri, yerno de López Rega, que llama a elecciones. El 23 de
septiembre de 1973, por el 62% de los votos, Perón es elegido
presidente, secundado por su esposa Isabel. Dos días después, los
Montoneros asesinan a José Ignacio Rucci, su hombre en la CGT.
Perón se
empecinó todavía más en poner orden. En algunas cartas habla,
refiriéndose a los guerrilleros, de "exterminar a los pocos psicópatas
que quedan". El 1º de Mayo de 1974 expulsó a los montoneros de la Plaza
de Mayo. La persecución de los grupos insurgentes llevó a la creación de
una fuerza parapolicial, la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), que,
en manos de López Rega, prefiguró a los grupos de tareas de la
represión ilegal de la dictadura posterior a 1976.
Cámpora languideció como embajador en México. Se despidió en Ezeiza
pronosticando un triunfo del socialismo. El 29 de junio de 1974 debió
presentar la renuncia. Perón se la aceptó, sin siquiera agradecerle los
servicios prestados. Cuando se produjo el golpe del 76, Cámpora se asiló
en la embajada de México, país en el que se refugió tres años más
tarde, y donde murió de cáncer, en 1980. Terminó sus días mientras
gestionaba un viaje a Washington para denunciar las violaciones a los
derechos humanos cometidas por el gobierno militar. Las relaciones con
los antiguos montoneros se rompieron de mala manera en el compartido
ostracismo mexicano.
El rol histórico de Cámpora está hoy bastante claro. Su
extraordinario sometimiento a Perón lo había convertido en el candidato
ideal para encabezar un gobierno vicario. Pero esa misma condición le
impidió sofocar un vendaval caótico y violento como el que ensangrentaba
a la Argentina en 1973. Las dificultades de ese intento no podían ser
más evidentes: un mes después de la asunción de Cámpora, Augusto
Pinochet pasaba sobre el cadáver de Allende y tomaba el poder en Chile.
Concebido en Madrid como marioneta de Perón, Cámpora terminó siendo el
títere de un proceso que se tragó al mismo Perón y, más tarde, al
sistema democrático.
@
http://economiaparatodos.net/que-aprendimos-de-nuestras-crisis-economicas/
http://elmuseovirtualdelcuped.blogspot.com.ar/2010/05/celestino-rodrigo-en-el-cuped.html
http://www.ruinasdigitales.com/blog/que-decia-militancia-peronista-de-david-graiver-en-1973/
http://www.diasdehistoria.com.ar/content/el-11-de-marzo-de-1973
http://profesor-daniel-alberto-chiarenza.blogspot.com.ar/2010/07/13-de-julio-de-1973-el-presidente.html
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