Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
La militancia en el kirchnerismo me ha hecho
vivir cosas únicas. Desde cuestiones de hondura existencial, como mis
progresos económicos, hasta el haber podido conocer a Cristina, a
intelectuales de la talla de Aníbal, a altruistas como Boudou o Lázaro Báez
. Pero nada de eso, sin embargo, se compara con lo que me pasó
anteanoche. Era tarde. Acababa de volver del diario y me disponía a
dormir cuando una voz salió a mi encuentro. La reconocí inmediatamente.
"Hola, Carlitoshhh."
Qué mérito tengo, me pregunto, para que se me
presente el espíritu de Néstor, dispuesto, además, a conversar
largamente conmigo. "Hola", respondí, y quise saber a qué se debía
tamaño honor. El espíritu -lo noté enseguida- estaba inquieto. El
Gobierno ha jugado su suerte a una guerra contra los buitres, los mercados nos dan la espalda
-qué otra cosa puede esperarse de algo tan insensible como los
mercados-, la oposición se pone de pie, la economía anda a los tumbos,
el mundo habla pestes de nosotros -qué otra cosa puede esperarse de algo
tan insensible como el mundo-, en fin, por momentos parece una conjura
de los cielos. Se ve que el espíritu no podía quedarse callado y estaba
en busca de un comunicador. Un correligionario dispuesto a difundir sus
convicciones, sus dudas, sus miedos.
-Gracias por esta visita inesperada. ¿Cómo está viendo todo?
-Siempre admiré la audacia sin límite de Cristina . Pelearse con los buitres, con Griesa
, con Estados Unidos, con los empresarios... Hay que tener agallas, eh.
Yo le recomendaría que no rompa con todos, pero cada vez que me
aparezco y la busco está hablando por cadena nacional.
-Sí, le
gusta ese contacto directo con el pueblo, y sabe que el pueblo muere si
ella no le habla. A propósito: en sus discursos usted era duro con los
empresarios, pero en la intimidad les decía: "No presten atención a lo
que digo, sino a lo que hago". ¿Cuál es la fórmula de Cristina?
-La
de ella es: "Al que no presta atención a lo que digo, ya va a ver lo
que le hago". Ama que la escuchen y que le tengan miedo. Y ama
escucharse. Yo le envidiaba el don de la palabra. Por eso le decía:
"Mientras yo gobierno, vos entretenelos".
-Recuerdo que usted
despreciaba a los ministros de Economía. El verdadero ministro era
usted. Y resulta que ahora Kichi es el tipo más fuerte del gabinete.
Hasta la señora -con perdón- parece inclinarse a sus pies.
-Lo
que pasa es que la economía nunca se le dio fácil. De la guita siempre
me ocupé yo: en casa, en Santa Cruz, en el país. Este chico le llena la
cabeza con ideas raras y ella está obnubilada. En los discursos lo mira
una y otra vez, como pidiendo perdón o permiso. Y los Kirchner no le
pedimos ni permiso ni perdón a nadie, eh. Ojalá que se lo haga ver
Máximo. Mi esperanza es Máximo. Lástima que cuando lo busco, tampoco lo
encuentro.
-¿No hay riesgo de que, con esta propuesta de canje, Cristina tire por la borda la gran reestructuración que hizo usted?
-¡No es Cristina, es Kicillof! Ella jamás iría contra algo que hice yo.
-¿Y los superávits gemelos, que fueron la gran herencia de su administración, señor? De eso hoy no queda nada.
-¡Culpa de Kicillof!
-Otro tema que usted supo manejar es el tipo de cambio.
-Sí, pero me lo cambió este tipo.
-A ver, con la inflación no le eche la culpa a Kichi. Los problemas ya empezaron en su gobierno.
-Pero
lo puse a Moreno. Ahora me lo mandaron a Roma, cerca del Papa, y esto
no se arregla rezando. ¿Lo vio a Costa, el que lo reemplazó? Un pobre
muchacho. Ahí hay que poner a alguien fuerte, de carácter. Truchar las
estadísticas no es para cualquiera.
-¿Qué siente cuando ve a su Argentina en default?
-Y,
qué quiere que le diga, me siento defaulteado. Yo fui el que elegí la
justicia de Nueva York y mire cómo nos respondió Griesa. Me queda un
consuelo: no me lo hizo a mí; tampoco a Cristina. ¡Se lo fumó a
Kicillof!
-Otra vez con él? Por Dios, ¿y quién lo hizo ministro?
-Cristina, pero bajo los influjos de Kicillof. Hay que empoderar a Fábrega. Ése es mi hombre.
-¿Habla con él, o tampoco lo encuentra?
-Hablo,
pero él no la encuentra a Cristina. No le atiende el teléfono. Y si lo
atiende, no lo escucha. Y si lo escucha, no le da bola.
-Como sabrá, yo tengo cierto acceso a la señora. ¿Le gustaría que le diga algo?
-Le
diría que reflexione más, que se deje aconsejar por gente que sabe, que
no se pelee con el mundo, que a los empresarios hay que asustarlos pero
no espantarlos, que atienda las señales alarmantes que está dando la
economía, que necesitamos dólares con desesperación, que un gobierno que
se va no tiene fuerza para hacer una guerra todos los días... En fin,
le diría que no sea tan tozuda, que arregle de alguna forma con los
buitres. Hasta le diría que hable menos.
¿Que le diga que hable menos? ¿Que arregle con los buitres? ¿Que sugiera que la economía no está bien?
Me hice el dormido. El espíritu se fue..
@
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