DIARIO LA NACIÓN ' CARLOS PAGNI
11 Enero, 2014 // Imperdibles
11 Enero, 2014 // Imperdibles
Artículo extraído del diario La Nación – Por Carlos Pagni
Con las idas y venidas en torno del impuesto a los bienes personales el Gobierno abrió una ventana hacia su propia intimidad a través de la cual se constatan varias novedades. La más evidente es que, al remodelar su gabinete, Cristina Kirchner no realizó una transferencia de poder a Jorge Capitanich, sino a Axel Kicillof. Es un dato relevante. No porque haya un jefe de Gabinete con capacidades reducidas. Aníbal Fernández y Juan Manuel Abal Medina también tenían vedado tomar iniciativas. La verdadera alteración es que, por primera vez desde que falleció su esposo, la Presidenta permite a alguien ejercer un rol bastante parecido al de un ministro de Economía.
Capitanich y el titular de la AFIP,
Ricardo Echegaray, tardaron 45 días en enterarse de lo que otros
funcionarios advirtieron desde el comienzo. Por ejemplo, cuando Juan
Carlos Fábrega, el presidente del Banco Central, quiso avanzar con un
desdoblamiento cambiario -sus colaboradores llegaron a consultar en Wall
Street-, se encontró con el veto inapelable de Kicillof, quien pasaba
por ser el autor de la receta.
Por lo visto, Fábrega no comentó el
episodio a Capitanich y a Echegaray, que se pusieron a diseñar impuestos
sin consultar con el titular del Palacio de Hacienda. Cuando promovió a
Kicillof, la señora de Kirchner formalizó lo que venía sucediendo: el
entonces viceministro se imponía sobre Hernán Lorenzino, Guillermo
Moreno o Mercedes Marcó del Pont. Explica un experto en esa área: “Axel
la ha convencido de un catecismo en el que figuran todas las respuestas,
ideal para quien ignora la materia; tiene un vínculo directo con Máximo
Kirchner y «Wado» De Pedro; además, la Presidenta cree que si el que
devalúa, pacta con el Fondo y reprime los salarios, es él, ella seguirá
pareciendo de izquierda”. Kicillof ya comenzó con los ajustes. Dejó a
Capitanich convertido en un bonsai.
La segunda revelación del enredo
impositivo es que la Presidenta estaría en un estado de aislamiento
cercano a la clausura monacal. Es lógico. El 23 de octubre pasado, los
médicos le recomendaron por escrito no exponerse a situaciones de
estrés. Desde entonces, el Gobierno pasó por la derrota electoral, la
caída de reservas, la disparada del dólar, la crisis policial, los
cortes de luz, el contubernio hotelero con Lázaro Báez y el ajuste
impositivo. Sólo estrés.
Es comprensible, entonces, que para desautorizar a Capitanich y a
Echegaray, Kicillof esperara a que su jefa regrese a Buenos Aires, a
pesar de que el impuestazo llevaba tres días en los diarios. Julio De
Vido sería el único capaz de romper el cerco informativo de El Calafate.
El viernes pasado se empeñó en consignar que estaba elaborando un plan
“por estricta orden de la Presidenta, con la que estuve en contacto
permanente durante los últimos 7 días, día y noche, 6, 7, 8 (sic) veces
por día hablándole, informándola y, por supuesto, ella llamándome tantas
veces más”. ¿Hacían falta tantas aclaraciones? Sí.
Cristina Kirchner volvió a Olivos y el
proyecto de bienes personales quedó descartado. Kicillof fue coherente.
Si el mercado se equivoca al fijar el precio del yogur, ¿por qué va a
acertar con el de los inmuebles? Sin embargo, en la orden de descartar
la ocurrencia influyó también otro criterio, que aportó Carlos Zannini:
una valuación comercial de las propiedades mandaría preso a medio
gabinete. Sencillo: las declaraciones juradas ante la Oficina
Anticorrupción se elaboran con los datos suministrados a la AFIP. Pocos
funcionarios podrían justificar su patrimonio si se considerara el
precio real de los inmuebles. Mejor inventar otro impuesto.
El embrollo de los bienes personales
permitió verificar una tercera evidencia: kirchnerismo y micrófono son
incompatibles. Las conferencias matutinas de Capitanich sirven más para
exponer los descalabros del Gobierno que para rodear de consenso sus
iniciativas. Se podría pensar que los malentendidos son inevitables en
un equipo fatigado por diez años de gestión. Y es verdad.
Los funcionarios están en esa fase de la administración, que conocen
bien los radicales, en la cual -en palabras de Juan Carlos Torre- “ya no
se sueña con resolver los problemas, sino en evitar que te aplasten los
problemas para poder llegar al final del camino”.
Sin embargo, en una escena más
venturosa, la glasnost de Capitanich también habría sido
contraproducente. ¿Qué hubiera sucedido si a Marcó del Pont, Moreno,
Kicillof y Echegaray los hubieran puesto enfrente de un micrófono?
Lorenzino tuvo su experiencia. Las conferencias de prensa de los jefes
de Gabinete están hechas para gobiernos que tienen gabinete. Es decir
que cuentan con una instancia de coordinación de sus propuestas. Ahora
queda claro que, si en la década ganada no las hubo, no fue tanto por
autoritarismo como por incompetencia.
Las logorreicas mañanas de Capitanich
son un ritual suicida. Revelan lo que debería haber permanecido a media
luz. La novedad de los kirchneristas no es su descomposición. La novedad
es que hablan. Y lo hacen con un requisito que los condena a dar malas
noticias: las novedades agradables son exclusivas de la jefa. Y la jefa
ha hecho voto de silencio. La desautorización de Kicillof a Capitanich
disimuló otra contradicción más difícil de disolver.
El ministro de Defensa, Agustín Rossi,
intentó disimular con declaraciones que hay prácticas del jefe del
Ejército que están fuera de la ley. Rossi pretendió desmentir que, como
publicó este diario, César Milani dispuso la compra de 35 vehículos
blindados Hummer al gobierno de los Estados Unidos para asignarlos a sus
operativos antidrogas.
Rossi confirmó la operación. Pero dijo
que no tendrían ese destino, aun cuando algunas camionetas irán a
unidades que realizan tareas contra el narcotráfico. También aclaró que
los Hummer no procederán del Comando Sur sino de otra área de la
administración norteamericana. Es decir, no traerán el virus del
golpismo. Son Hummer progres. Se salvó lo que Milani quería salvar: que
está en buenas relaciones con los Estados Unidos. Que no es chavista.
La minuciosidad de Rossi es distractiva.
El ministro no puede justificar que los ejercicios del Ejército contra
el narco son ilegales. Y que su realización, que la dirigencia política
no debate, sepulta la doctrina kirchnerista sobre la Defensa. Esa
doctrina está fijada en los fundamentos del decreto 727 del año 2006,
firmado por Néstor Kirchner, Alberto Fernández y Nilda Garré, y levanta
una muralla entre Seguridad Interior y Defensa. Establece, además, que
las Fuerzas Armadas no pueden enfocarse a las “nuevas amenazas”, entre
las cuales está el narcotráfico. El artículo 1º prescribe que sólo se
emplearán ante ataques externos de fuerzas similares de otros estados.
¿Cómo se justifica, entonces, el operativo antidrogas Fortín II, que
realiza el Ejército bajo el mando de Milani? La comisión bicameral del
Congreso que monitorea las actividades de seguridad e inteligencia está
dormida.
La ley 24.059, de seguridad interior, ya
había consagrado ese criterio en sus artículos 27 y 32, que permiten la
utilización de las Fuerzas Armadas para objetivos internos sólo por una
convocatoria excepcional, en una crisis. Pero jamás para hacer
inteligencia interior. Rossi está en una situación incómoda, Milani
tiene trato directo con la Presidenta. Es decir: Rossi es a Milani lo
que Capitanich a Kicillof.
La grieta intelectual
El respaldo de la señora de Kirchner al jefe del Ejército agrietó al kirchnerismo intelectual. El grupo Carta Abierta presenta una fisura: Ricardo Forster, en un texto titulado “La cuestión Milani”, defendió el compromiso con el teniente general, a pesar de las imputaciones penales que pesan en su contra por su conducta durante la dictadura militar. Se distanció, así, de Horacio Verbitsky y de Horacio González, cuyo liderazgo sobre el grupo nunca habría aceptado del todo, según algunos contertulios de la Biblioteca Nacional. El ácido Diego Sztulwark le respondió con una nota publicada por la agencia Paco Urondo, a la vez discutida por otra de Juan Ciucci.
El debate se refiere al pasado de
Milani. Todavía no hay una discusión sobre el presente. A pesar de que
Cristina Kirchner ha encontrado en Milani a un general audaz, capaz no
sólo de sacar al Ejército de los cuarteles, sino también del marco de la
ley. La razón de esta predilección es que la Presidenta sospecha,
alimentada por algunas confesiones del ecuatoriano Rafael Correa, que
los motines de las fuerzas de seguridad son el nuevo nombre del
golpismo.
Sobre la base de esta hipótesis se ha
comenzado a cruzar una barrera: el Ejército, comandado por un jefe que
se confiesa “parte del proyecto nacional y popular”, ha empezado a
desplegarse ante una eventual desestabilización provocada por las
policías provinciales. Por debajo de estos presentimientos afiebrados se
cursa un grotesco retroceso. Se vuelve a los tiempos en que, hace 134
años, el ejército de Roca se enfrentó con la guardia nacional de la
provincia de Buenos Aires, dirigida por Carlos Tejedor.
El otro yo de la doctora Kirchner
10 Enero, 2014
Hay que avisarle a Parrilli que los diarios salen todos los días y que justamente por eso se llaman diarios.
http://marcelolongobardi.com/imperdibles/
http://marcelolongobardi.com/imperdibles/el-superministro-y-el-minijefe-de-gabinete/
http://marcelolongobardi.com/imperdibles/el-otro-yo-de-la-doctora-kirchner/
http://estudiovive.blogspot.com.ar/2012/07/manual-del-impuesto-los-bienes_20.html
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